Luis Eduardo Saborío Alpízar – IV FPEJ – Diócesis de Alajuela
En medio de este año de gracia que Dios, en su infinita bondad, nos permite vivir, damos inicio al tiempo de la Cuaresma: cuarenta días para disponernos a vivir intensamente el Misterio Pascual, y descubrir allí, el encuentro con el Dios de la misericordia que nos recibe con los brazos abiertos de nuevo en casa, para mostrarnos que el camino de la cruz conduce siempre hacia la vida verdadera. Es aquí donde se expone la realidad del ser humano: profundamente amado por el Dios que sale a su encuentro, pero a la vez consciente de su limitación y pecado. Es por esto, que este inicio se ve marcado en nuestra liturgia cristiana por el signo de la imposición de la ceniza, el cual desde tiempos antiguos constituye un elemento penitencial (cfr. Sab 15, 10; Ez 28, 18; Job 42, 6; Jon 3, 6; Jdt 4, 11).
La disposición y la libertad del corazón se vuelve fundamental en la vivencia de este tiempo. El profeta Joel anuncia al pueblo de Dios, como un oráculo, el llamado a una verdadera conversión, no basada en los elementos externos, sino desde el núcleo fundamental: su corazón; es decir, el centro de los pensamientos, sentimientos, decisiones, opciones y acciones. El retorno a la casa del Padre es posible como una experiencia de misericordia de Dios para con el ser humano, pero implica también la libre decisión de este para abrirse a dicho don. De esta manera, el ser humano se constituye como un peregrino cuaresmal en la esperanza.
La invitación del profeta: “Rasgad el corazón” (Jl 2, 13), no se trata de un llamado de penitencia maniquea, que se explique desde la búsqueda de ser moralmente merecedor de un bien, sino que, ante el no merecimiento de un perdón, el ser humano se dispone a abrir su intimidad y mostrarse tal cual ante el Dios que desea darle la vida verdadera. La ceniza, como elemento externo, nos recuerda esta realidad y las palabras que acompañan esta imposición dan fuerza a este signo: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Se trata, entonces, de un tinte penitencial y de conversión desde el ayuno, la oración y la limosna, como respuesta de amor ante una realidad desbordante de amor.
Es por esta razón que, este Miércoles de Ceniza se nos muestra con fuerza la vida del cristiano como peregrino que responde a su llamado en constante conversión, de modo que hasta el núcleo más íntimo y profundo de la persona sea conmovido por los rasgos de amor y misericordia del Dios dispuesto a perdonar y conducirnos al misterio de la Pascua, su Pascua. Esto será capaz de dar un sentido único a nuestra peregrinación y abrir horizontes de esperanza infinita. Si nos dejamos transformar, confiando en la gracia divina y caminando con fuerza y parresia seremos capaces de sentirnos interpelados, ya que sólo rasgando el corazón para abrirnos a la gracia renovadora podemos prepararnos para vivir el Misterio Pascual, sabiendo que Dios viene a mostrarnos el camino de la cruz como una ruta de esperanza hacia su misma vida, una ruta en la cual somos peregrinos, caminantes y a la vez, misioneros para con quienes nos rodean
Seminarista Luis Eduardo Saborío Alpízar – IV FPEJ – Diócesis de Alajuela