“María, madre de la esperanza”

Al pensar en la figura de María, como madre de la esperanza, me es imposible no traer a mi memoria cómo ella logra vivir esta virtud a lo largo de su vida, viéndolo reflejado de manera especial en Nuestra Señora del Perpetuo Socorro que me acompañó de niño en la capilla del barrio, me vio crecer en mi caminar de fe y en la actualidad me abraza nuevamente en la experiencia pastoral de este año en la Parroquia de Frailes de Desamparados, cobijada bajo a su patronazgo.

Este icono mariano nos muestra a los arcángeles Miguel y Gabriel presentando ante Jesús y María los instrumentos de la Pasión del Señor. Desde aquel momento en que el ángel se le presenta y le dice “No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David; gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás”, ella se entrega totalmente a la voluntad del Señor y persevera en esa promesa y, ante este escenario del icono, se mantiene firme acogiendo al Niño que asustado busca refugio.

Toda su vida fue así, la de una Madre que sabía, según le había dicho Simeón, que una espada atravesaría su corazón y, aun así, se aferra a la promesa hecha por Dios sobre su Hijo; no dudó de eso, sino que con esperanza siguió caminando. María tiene mucho que decirnos en nuestros días porque, a pesar de la incertidumbre y el dolor cotidiano, no dejó de creer, y así es como vio a la obra del Señor realizarse plenamente en ella y en el mundo.  Vayamos más allá. Cuando llega la hora de la Pasión del Señor, sufre en carne propia el dolor de una madre al ver a su hijo camino al Calvario, rodeado de insultos, golpes y burlas de la manera más injusta y, aun así, se mantiene firme.

Tanto es así de fuerte la esperanza de María que Dios nos la da como madre por medio del apóstol Juan y, tras la muerte de Jesús, es ella quien mantiene viva, en medio de los apóstoles, la esperanza en la Resurrección que nos ha traído la vida. Ella, más que nadie, hizo vida lo que más adelante san Pablo escribiría en la carta a los Romanos: “la esperanza no defrauda”, pues pudo ver al Hijo muerto y, manteniéndose en la esperanza, fue testigo de su Resurrección y vio cumplirse aquella promesa que no fue defraudada de ninguna manera. 

Volviendo al icono del Perpetuo Socorro, María nos abraza de la misma manera en la que toma en brazos al Niño Jesús estremecido por el miedo ante la escena que se le está mostrando y, como lo hizo con los apóstoles, permanece con nosotros ante la incertidumbre. La buena Madre nos enseña a aguardar con esperanza al Señor, en medio de las tribulaciones y dolores que se hacen presente en nuestras vidas. ¿Qué hijo no se sentirá en paz al acogerse al abrazo de su madre? Siendo así, con mucha más razón, nosotros hemos de sentirnos acogidos bajo su manto, sabiendo que nuestra Madre no solo nos consuela, sino que nos muestra el camino hacia su Hijo, quien no nos defrauda y nos envuelve totalmente con su amor: en Él ponemos nuestra esperanza. 

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll to Top